Por: Pablo Neruda
En Paita preguntamos por ella,
la Difunta: tocar, tocar la tierra de
la bella Enterrada. No sabían.
Las balaustradas viejas,
los balcones celestes,
una vieja ciudad de enredaderas
con un perfume audaz como una
cesta de mangos invencibles, de piñas,
de chirimoyas profundas,
las moscas del mercado zumban
sobre el abandonado desaliño,
entre las cercenadas cabezas de pescado,
y las indias sentadas vendiendo
los inciertos despojos
con majestad bravía,
-soberanas de un reino
de cobre subterráneo-,
y el día era nublado, el día era cansado,
el día era un perdido caminante,
en un largo camino
confundido y polvoriento.
Detuve al niño, al hombre, al anciano,
y no sabían dónde falleció Manuelita,
ni cuál era su casa, ni dónde estaba
ahora el polvo de sus huesos.
Arriba iban los cerros amarillos,
secos como camellos,
en un viaje en que nada se movía,
en un viaje de muertos, porque es el agua
el movimiento, el manantial transcurre,
el río crece y canta, y allí los montes duros
continuaron el tiempo: era la edad,
el viaje inmóvil de los cerros
pelados, y yo les pregunté
por Manuelita,pero ellos no sabían,
no sabían el nombre de las flores.
Al mar le preguntamos, al viejo océano.
El mar peruano abrió en la espuma
viejos ojos incas y habló la
desdentada boca de la turquesa.
(Nota de Redacción.- El gran poeta chileno y Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda visitó Paita a finales de la década de los 50 del siglo XX en busca de noticias sobre los restos de la ilustre dama quiteña Manuelita Sáenz. De aquella mágica visita, el vate nos legó estos sentidos versos sobre la hija predilecta de Paita. Del fugaz paso de Neruda por nuestra melancólica bahía fue testigo privilegiado don Julio Ramírez Pasquel. MAJ)
la Difunta: tocar, tocar la tierra de
la bella Enterrada. No sabían.
Las balaustradas viejas,
los balcones celestes,
una vieja ciudad de enredaderas
con un perfume audaz como una
cesta de mangos invencibles, de piñas,
de chirimoyas profundas,
las moscas del mercado zumban
sobre el abandonado desaliño,
entre las cercenadas cabezas de pescado,
y las indias sentadas vendiendo
los inciertos despojos
con majestad bravía,
-soberanas de un reino
de cobre subterráneo-,
y el día era nublado, el día era cansado,
el día era un perdido caminante,
en un largo camino
confundido y polvoriento.
Detuve al niño, al hombre, al anciano,
y no sabían dónde falleció Manuelita,
ni cuál era su casa, ni dónde estaba
ahora el polvo de sus huesos.
Arriba iban los cerros amarillos,
secos como camellos,
en un viaje en que nada se movía,
en un viaje de muertos, porque es el agua
el movimiento, el manantial transcurre,
el río crece y canta, y allí los montes duros
continuaron el tiempo: era la edad,
el viaje inmóvil de los cerros
pelados, y yo les pregunté
por Manuelita,pero ellos no sabían,
no sabían el nombre de las flores.
Al mar le preguntamos, al viejo océano.
El mar peruano abrió en la espuma
viejos ojos incas y habló la
desdentada boca de la turquesa.
(Nota de Redacción.- El gran poeta chileno y Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda visitó Paita a finales de la década de los 50 del siglo XX en busca de noticias sobre los restos de la ilustre dama quiteña Manuelita Sáenz. De aquella mágica visita, el vate nos legó estos sentidos versos sobre la hija predilecta de Paita. Del fugaz paso de Neruda por nuestra melancólica bahía fue testigo privilegiado don Julio Ramírez Pasquel. MAJ)